La
guerra civil y, posteriormente, la dictadura de Franco dio al traste con esta
oportunidad única para la reincorporación de España al panorama de la Ciencia,
abandonado desde hacía siglos.
EL FRANQUISMO.
La
guerra civil frenó en seco los embriones de un sistema científico en España. Las bases ideológicas y culturales de la
dictadura del general Franco representaron un retroceso de alcance histórico
para el débil y frágil entramado científico español. El exilio, que significó la sangría de una parte sustancial del capital
humano de la cultura española, incluido el componente científico, provocó una
descapitalización que tardó decenios en ser solventada. Además, la depuración emprendida tras el
fin de la guerra por los vencedores golpeó con extremada dureza al sistema
educativo y científico español, las depuraciones de maestros, profesores
universitarios y científicos excluyeron de la práctica profesional a miles de
personas capacitadas, condenadas a un duro y amargo exilio interior.
La continuidad de la
actividad científica y del espíritu con el que nació la JAE fue imposible tras
la finalización de la guerra civil. El carácter reaccionario que alimentaba el
llamado bando nacional veía en la JAE, al ideario que la inspiró y vio nacer y,
a sus hombres como enemigos y causantes del mal que se pretendía extirpar a
sangre y fuego.
DISOLUCIÓN DE LA JAE.
El
19 de mayo de 1938, en plena guerra civil, el gobierno franquista, instalado en
Burgos, decretó el cese de las actividades de la JAE, aunque la Junta siguió
funcionando en la zona republicana hasta el final de la guerra, habiendo
transferido sus funciones a un recién fundado Instituto de España, manteniendo
la Junta una delegación en Valencia, apoyada por el gobierno legítimo de la
República, que posteriormente se trasladó a Barcelona. En octubre de ese
mismo año Tomás Navarro Tomás nombró
Subdelegado de la JAE en Madrid a Luis
Calandre, Director del Hospital de Carabineros instalado en la Residencia
de Estudiantes, con objeto de mantener sus actividades e inventariar los
laboratorios, uno de los cuales, el de Anatomía Microscópica, había estado bajo
su dirección. El final de la contienda
condenó a Luis Calandre al exilio interior, siendo sometido a dos procesos que
le llevaron a prisión.
Igualmente,
a lo largo de la guerra, muchos de los científicos de la JAE se vieron obligados a abandonar el país.
Un grupo de ellos, ligados estrechamente a la Casa de España en México, fue el
encargado de fundar la revista que reunió al exilio científico español, “Ciencia, revista hispano-americana de
Ciencias puras y aplicadas”.
El 1 de marzo de 1940 aparecía el primer número de esta revista bajo la
dirección de Ignacio Bolívar Urrutia. (https://elpais.com/elpais/2015/07/24/ciencia/1437736052_945031.html)
EL CSIC EN EL FRANQUISMO
En
el bando franquista, las voces contra la Junta, su ideario, actuación y
principales figuras retomaron con renovada virulencia las
críticas que desde los sectores más conservadores de la sociedad española se
habían pronunciado desde su nacimiento, llegando a niveles de la ofensa
personal, la injuria y la falsedad.
El
24 de noviembre de 1939, el dictador Franco promulgó la Ley fundacional del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), asumiendo la
presidencia el Ministro de Educación, José Ibáñez Martín, quien contó con la estrecha colaboración de
José María Albareda, nombrado secretario general. Esta Ley fue publicada en el
BOE al día siguiente, con la que el nuevo régimen franquista, aprovechándose de
los laboratorios, diversos locales y centros de la JAE, asumió todas sus
competencias.
Dicha Ley disponía que en
adelante:
[...] “Todos los Centros
dependientes de la disuelta Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, de la Fundación de Investigaciones Científicas y Ensayos de
Reformas y los creados por el Instituto de España, pasarán a depender del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas”.
Ibáñez Martín, murciano y lorquino, fue quien, como
ministro de Educación entre 1939 y 1951, asumió la decisión de
“re-cristianizar la sociedad”.
Es necesario especificar
que el CSIC fue fundado con un espíritu
diferente e incluso antagónico al de la JAE, como puede leerse en sus leyes
fundacionales, o en el discurso de su fundador y presidente José Ibáñez Martín, para liquidar:
[...] todas las herejías
científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y
nos sumieron en la atonía y la decadencia... Nuestra ciencia actual, en
conexión con la que en los siglos pasados nos definió como nación y como
imperio, quiere ser ante todo católica”.
José Ibáñez Martín, en el discurso inaugural del CSIC, sus
palabras dejaban poco espacio
para dudar de los nuevos y negros aires con los que su Dictadura contemplaba la Ciencia (Documento 5). El 10
de febrero de 1940 promulga el primer Decreto de regulación del CSIC (Documento
12)
(Luis Enrique Otero Carvajal, La destrucción de la ciencia en España)
La represión vació la universidad: De los 580
catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se
exiliaron. Según el historiador Manuel Castillo “la Iglesia supervisó o
participó en cada una de estas denuncias”.
EL EXILIO DE LA CIENCIA ESPAÑOLA Y DESTRUCCIÓN DE SU EDAD DE PLATA. UNA PÉRDIDA IRREPARABLE.
En 1939 se organizó en París la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero (UPUEE), presidida por Gustavo Pittaluga, catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid y fundador de la Escuela Nacional de Sanidad. Tras la ocupación alemana de Francia, Pittaluga se trasladó a Cuba donde residió todo su exilio; allí organizó la Primera Conferencia de Profesores Universitarios Españoles en el Exilio, en 1943, donde se decidió trasladar la sede de la UPUEE a México. Del exilio iniciado en 1939 formaban parte de la UPUEE: 73 catedráticos de universidad, sobre un total de los 579, que existían en agosto de 1935, incluidos los que estaban en situación de excedencia y 142 profesores de universidad, haciendo un total de 215 profesores.
El exilio se extendió a los científicos e intelectuales de todos los ramos de la ciencia y del saber, de una gran talla, como los mencionados en esta sala de Exposición:
-
Juan Negrín
(Presidente de la República, Médico Investigador Fisiólogo)
-
Ignacio Bolívar,
-
Blas Cabrera y
Felipe (nominado al Nobel de Física en 1910 y 1930),
-
Pío del Río
Hortega (nominado al Nobel de Medicina en 1929 y 1933),
-
Miguel Antonio
Catalán Sañudo,
-
Rafael Altamira,
-
Claudio Sánchez
Albornoz,
-
Luis Jiménez de
Asúa,
-
José Ortega y
Gasset,
-
Américo Castro,
-
Cándido Bolívar,
-
Gonzalo Rodríguez
Lafora,
-
Antonio
Madinaveitia,
-
Rafael Lorente de
No,
-
August Pi i
Sunyer,
-
Enrique Moles,
-
Manuel Martínez Risco,
-
Pedro Bosh
Gimperá,
-
José Castillejo,
-
Alberto Jiménez
Fraud,
-
Odón de Buen,
-
José Giral,
-
José Trueta,
-
José Puche Álvarez,
-
Rafael Méndez,
-
José María García
Valdecasas,
-
Enrique Rioja
Lo-Bianco,
-
José Cuatrecasas,
-
Luis A. Santaló,
-
Ángel Garma,
-
Francisco Durán
Reynals,
-
Severo Ochoa (Nobel
de Fisiología y Medicina en 1959),
-
Arturo Duperier
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