PANEL 19: LA AUTOSUFICIENCIA TECNOLÓGICA DE LA AUTARQUIA, UN INTENTO IMPOSIBLE: 1939-1959

CSIC
La reorganización de la estructura científica se realizó a través de la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), bajo la presidencia del ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, que mantuvo la Secretaría hasta 1967. Le sucedió en este puesto José María Albareda, hasta su muerte, era miembro del Opus Dei desde 1937, siendo la figura clave del CSIC durante esos años. Los postulados ideológicos y económicos de la primera fase del franquismo, la autarquía, unidos al aislamiento de la dictadura tras el fin de la segunda guerra mundial condujeron al diseño de una política de autosuficiencia que encontró eco en el ámbito tecnológico. La creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 1939, la aprobación de la Ley de Ordenación y Defensa de la Industria Nacional de 24 de noviembre de 1939 y la creación del Instituto Nacional de Industria (INI) en 1941, fueron los tres hechos más relevantes en la persecución de una autonomía tecnológica acorde con los presupuestos autárquicos, a la vez que necesaria como consecuencia del aislamiento internacional de la dictadura durante los años cuarenta. Sin embargo, este esfuerzo se saldó con un sonoro fracaso

El crecimiento económico de los años sesenta se hizo sobre la base de un proceso acelerado de industrialización absolutamente dependiente del capital extranjero.

El CSIC y el INI, presidido por Juan Antonio Suances, constituyeron el tejido del sistema tecnológico español de aquella época. Una etapa caracterizada en el ámbito científico-tecnológico por el predominio de los militares, a través de su control del ministerio de Industria y Comercio. El nacimiento, auspiciado desde el INI de empresas como: Empresa Nacional Calvo Sotelo (E.N.CA.SO.) para la fabricación de hidrocarburos, Construcciones Aeronáuticas Sociedad Anónima  (CASA) y Centro de Estudios Técnicos de la Automoción (CETA), junto con la promoción del Patronato Juan de la Cierva, vinculado al CSIC y presidido por Joaquín Planell, fueron las principales apuestas dirigidas a garantizar un desarrollo tecnológico autónomo, que solventara los problemas prácticos a los que se enfrentaba la producción industrial española de la época, mediante la adaptación o sustitución de tecnología extranjera.

Sede OCDE París
Al final del período autárquico (1964) la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) señalaba que la investigación en la Universidad española era casi inexistente y que el 85 por ciento del raquítico gasto nacional en Investigación y Desarrollo (I+D) se realizaba a través de los siete grandes centros de investigación dependientes de los diferentes ministerios, de los cuales el más importante era el CSIC. 

Éste se convirtió en el centro de la política científica española a través de la dotación de becas para el estudio en el extranjero, la creación de institutos de investigación o la incorporación de científicos extranjeros, fundamentalmente italianos que tras la derrota del fascismo encontraron acogida en España, como ocurrió en el caso de la CETA. A finales de los años cuarenta en el CSIC se podía distinguir dos divisiones básicas: la académica y la tecnológica. 

En estos años, la más significativa fue la rama tecnológica agrupada alrededor del Patronato Juan de la Cierva que, en colaboración con la industria, fundamentalmente el INI, trató de convertirse en la base de un desarrollo tecnológico autónomo concebido como el fundamento del crecimiento industrial. Para el cumplimiento de dicha tarea se fundaron o revitalizaron institutos como el del Carbón, Hierro y Acero, hasta su incorporación a ENSIDESA, y el Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja, que obtenían parte de sus recursos a través de tasas parafiscales procedentes de las empresas del sector.

CONCLUSIÓN DE LA ETAPA FRANQUISTA 

Instituciones como el Instituto Cajal, los laboratorios de la JAE en la Residencia de Estudiantes y el Institut de Fisiología del Institut d´Estudis Catalans hablan por sí mismos de la existencia de centros de investigación consolidados. El futuro estaba garantizado con jóvenes profesores como Severo Ochoa Albornoz o Francisco Grande Covián, por no mencionar a los jóvenes que partieron al exilio y allí completaron sus estudios e iniciaron sus carreras científicas. 


En definitiva
, si la guerra civil provocó la paralización de la actividad de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) y de la universidad, el triunfo del bando nacional y la imposición de la dictadura franquista destruyó totalmente la Institución Libre de Enseñanza (ILE), basada fundamentalmente en la libertad y la creatividad, para imponer a cambio el pensamiento único y metafísico de la ciencia. Todo ello supuso la destrucción del incipiente, pero consolidado, sistema científico español, cuyos primeros pasos se gestaron durante la llamada Edad de Plata de la ciencia y la cultura española, en algunos casos, como en el de las ciencias biomédicas, la situación en 1936 estaba en condiciones de consolidar una comprobada y firme tradición científica e investigadora, en otros casos como la Física y la Química el horizonte era claramente esperanzador, todo ello naufragó en la noche oscura del franquismo, que logró plenamente los objetivos marcados en el preámbulo de la Ley de creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de retornar a la situación anterior al siglo XVIII: “Tal empeño ha de cimentarse, ante todo, en la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”

Sus consecuencias se proyectaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, más allá de la desaparición de la dictadura, tras la muerte de Franco.
(Luis Enrique Otero Carvajal, La destrucción de la ciencia en España... Historia y Comunicación Social, 2001, número 6, 149-18666).
Es tremendo, por lo dramático, tener que afirmar que la guerra civil y el Franquismo “no han resuelto los problemas fundamentales de España: ni la crisis social, ni la crisis nacional, ni la crisis espiritual…” (Pierre Vilar. Historia de España) (Documento 9)

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